Es un dicho muy usado afirmar que “los árboles no nos dejan ver el bosque”. En el mundo de las telecomunicaciones en España, seguramente es así.
El recurrente debate sobre precios, socialmente instaurada a pedal sobre la ciudadanía, y quizás los movimientos corporativos de los últimos meses, han acaparado la atención sobre nuestro sector, alejando ya el éxito de la fortísima operatividad de nuestras redes durante la pandemia.
Pero la realidad y la actualidad, de vez en cuando, deberían obligarnos a hacer una reflexión crítica sobre el caso español de las redes de telecomunicaciones.
Hoy, el 90% de nuestras redes de telecomunicaciones son de fibra óptica[1]. A aquellos lugares donde no llega esta puntera tecnología, existe una amalgama de alternativas que van desde las ayudas del plan UNICO banda ancha[2] al “demanda rural[3]”, que se completa con el denominado “conectate35.es”, que permite a cualquier ciudadano español, resida donde resida, acceder a Internet vía satélite por 35 euros a una velocidad de 100 Mbps. Es decir, en España existe un acceso universal a Internet.
Y mientras en nuestro país nos tomamos esto como algo “normal” y lo asumimos como la lógica del progreso, la realidad más allá de nuestras fronteras es muy distinta, incluso en naciones que se consideran auténticas potencias mundiales.
En EEUU la fibra óptica es casi anecdótica. Su tradición pasa por el cable, y por supuesto el cobre, con todas las limitaciones que ello conlleva en términos de despliegue, escalabilidad, y últimamente, de necesidad de suministro energético a unos costes elevadísimos. Es tal su retraso en fibra, que se sitúa a la cola mundial en porcentaje de conexiones por fibra, con un misérrimo 20%, cuando España, Corea o Japón superan ampliamente el 80% y la media de la OCDE es cercana al 40%.
Percentage of fibre connections in total fixed broadband, Dec 2022
Se trata de una evidente lacra para una economía que presume de tener las mejores tecnológicas del planeta. Mientras en Silicon Valley se construye el futuro tech para las próximas décadas, en su propio país de origen y a escasas millas, se sufren conexiones de otro siglo y época.
El Gobierno de Biden – por supuesto también auspiciado por la próxima dinámica electoral- quiere poner remedio a este atraso, y para ello propone un presupuesto milmillonario[4]: 42.000 millones de dólares, con el loable objetivo de que la banda ancha de alta velocidad sea universal…¡en 2030!
Hecho: mientras la mayor potencia del mundo espera acabar la década con un Internet universal, en España ya lo disfrutábamos más de un lustro antes. Valoración: no siempre valoramos lo que tenemos.
UGT Comunicaciones